Así pues, la formación y el desarrollo de los profesores conllevan una serie de procesos para mejorar las competencias profesionales. Algunos estudiosos de la cuestión como Barandiaran, y colaboradores recientemente han sustentado que este desarrollo debe fundamentarse en la reflexión y el análisis de la práctica profesional como estrategia de trabajo conjunto. Hoy más que nunca, en las instituciones educativas de educación superior, los docentes tenemos la responsabilidad de incidir positivamente en la formación integral de los educandos y, por si fuera poco, debemos entregar reportes administrativos, realizar gestiones escolares, desarrollar investigación o vinculación con diversos sectores. Pareciera que este escenario nos deja poco tiempo para hacer un alto y reflexionar sobre ¿cómo lograr realmente que a través de mi enseñanza los estudiantes se involucren en sus aprendizajes?, para dar respuesta a esta compleja interrogante, la enseñanza reflexiva propuesta por Sara Elvira Galbán (2016) representa una pertinente perspectiva, ya que implica el análisis de nuestras actividades para dinamizar, mejorar y acercarnos a la verdadera innovación.
No obstante, para activar el proceso reflexivo el docente debe contar con una actitud ética que implica, reconocer la posibilidad de error y mantener una escucha activa sobre lo que derive de ello. Otra actitud imprescindible es el entusiasmo, el cual funge como motivador interno, que permitirá la aplicación de determinadas estrategias mentales y conduce a la mejora de la habilidad de su ejecución dentro del mismo proceso. Asimismo, y no menos importante, la responsabilidad intelectual nos permitirá asumir las consecuencias originadas por los pasos proyectados en las decisiones tomadas.
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